"Yet, O Lord, you are our Father. We are the clay, you are the potter..." Isaiah 64:8





Thursday, June 5, 2014

Sótano Santo

This post is really just for those of you that speak Spanish.  I wrote this story about the Prayer Room for my Spanish creative writing class last semester.  It's is very similar to my previous 3 posts but gives a slightly different perspective.  It tells both the true story of how the Prayer Room started and the story that I hope will be told about it in the future.  Also, in this story, the character named Cristobal really represents a combination of myself and Chris.  For the assignment, it just made more sense to have one character than two.  So keep that in mind. Gracias por tu tiempo.  

     Un sótano.  Húmedo, feo, y tenue como todos lo son.  Habitado por una colonia de arañas que se esconden en los rincones deslucidos. Y frío, tan frío en el invierno cuando el aire frígido entra a través de la grieta entre el piso y la puerta roja.  El silencio llora de la soledad.  Pero cada noche, por dos horas, el sótano se explota con vida.  Los estudiantes vienen, olviden sus preocupaciones y cantan con toda su fuerza.  Debajo de la iglesia vieja, los jóvenes levantan las voces con alabanzas y rezos, brazos estirados como ramas de árboles.  Después, se dispersan a sus varios dormitorios y apartamentos.  Cuando la última persona se ha ido, las paredes todavía resuenan con la música.  Y la energía.  Y la presencia. Aunque nadie está…solamente las arañas. Y Dios, por supuesto.
     El sótano no siempre era así, lleno de gente cada noche.  Años atrás, no había ningún estudiante que quisiera rezar.  Todos tenían tanta tarea, tanto trabajo, tantas tentaciones de la vida social.  Pero un año, hubo un joven con una visión de cambio para su campus.  Se llamaba Cristóbal y era soñador.  Se imaginaba un mundo en que los cristianos vivieran por Dios, y no solamente los domingos en los bancos de las iglesias.  Por eso, decidió orar.    
     Primero, buscó por toda la universidad un sitio donde pudiera tener las reuniones de oración.  Un aula…una sala de conferencias…cualquier lugar libre.  Pero no podía encontrar un cuarto que estuviera disponible todos los días.  Y él había decidido que las reuniones tendrían que ser todos los días.  Porque su campus necesitaba un montón de milagros.  Los alumnos estaban atrapados en adicciones, ansiedades y alcohol.  Estaban deprimidos, estresados y perdidos.  La oración era una necesidad.  Todos los días. 
     Finalmente, después de dos semanas de buscar, habló con un sacerdote de una parroquia cercana.  El hombre era muy alto, muy tradicional, y más que un poco sospechoso de Cristóbal. 
     ¿Todas las noches, eh? — preguntó, su tono rebosante de incredulidad.
     —Sí— respondió Cristóbal, sin explicación
   —Pues…supongo que no debería impedir a nadie que quiere rezar…pero, ¿de verdad? ¿Todos los   días?
     —Claro.          
     Aunque el cura todavía parecía dudar las ambiciones de Cristóbal, le dejó usar una parte de su iglesia para las reuniones de oración.  En realidad, era el sótano. El mismo sótano que, años después, estaría lleno de gente.    
     Al próximo día, Cristóbal se preparó para la primera noche de oración.  Invitó a sus amigos, y puso carteles en todos los dormitorios.  Varias personas habían expresado interés, y él esperaba a mucha gente: los líderes de los otros grupos cristianos, los que siempre estaban quejándose de la falta de unidad entre los creyentes en el campus, y los que le habían ayudado en su búsqueda de cuarto. 
     Esa noche, a las nueve, entró al sótano muy emocionado y un poco nervioso.  Empezó a tocar su guitarra, cantando con sinceridad de la bondad de Jesucristo.  Pasaron cinco minutos.  Diez.  Veinte.  Media hora.  Nadie vino.  A las diez y media, guardó la guitarra y salió.  Solamente las arañas oyeron su suspiro.  Y Dios, por supuesto.
       Varias semanas pasaron así.  Cristóbal oraba cada noche sin falta.  A veces, no le importaba que nadie viniera porque estaba tan contento en el amor de Dios.  Pero otras veces, sentía el dolor de la soledad, sus lágrimas empapando el suelo polvoriento.  A veces, quería salir con los demás.  Los que esperaban el bus a las fiestas, los que afirmaban ser cristianos pero quien pasaban los viernes borrachos con el resto de la universidad.  No quería estar solo en un sótano.  Sin amigos.  Sin nadie…Pero seguía.  Por Dios.  Su único amigo.  
     Al fin del semestre, algo empezó a cambiar.  Normalmente, Cristóbal comía solo.  Se sentía invisible, un fantasma que sólo aparecía en las clases cuando tenía que participar.  Pero un día, una chica rubia se acercó a él en la cafetería con una sonrisa amable y una cruz en el cuello. 
    —Perdón— dijo — ¿Eres Cristóbal?  ¿El Cristóbal que dirige la sala de oración en el sótano de la iglesia en la esquina?”
       —Sí— respondió, con sorpresa.
       —Pues, ¿a qué hora se reúnen? Quiero ir.
       —A las nueve. Todos los días.
      —Bueno.  Nos vemos allí.— Ella salió a comer con sus amigas dejando a Cristóbal solo pero con nueva esperanza. 
     A las nueve, la chica llegó al sótano.  Pasó todo el tiempo con la cara en el suelo sucio, con los hombros sacudiendo y lágrimas silenciosas mojándole las mejillas.  Cristóbal, incómodo, miró abajo y siguió tocando su guitarra.  A las diez y media, paró y levantó.  La chica también se levantó.
    —¡Él me ama!— exclamó, los ojos todavía relucidos. —Todos sabemos que Dios nos ama…siempre lo decimos…pero, ¡es verdadero!  ¡Podía sentirlo!
      Con los ojos medio llenos de sus propias lágrimas, Cristóbal sonrió. —Sí. Te ama mucho.
     La chica regresaba casi todas las noches después.  A veces, traía a sus amigos, quienes, como ella, siempre lloraban en sus primeras visitas.  Era como si Dios hubiera vertido un vaso de su presencia en el sótano, y por último, Cristóbal empezó a creer que él estaba escuchándole, poco a poco respondiendo a sus rezos.  En los meses que seguían, había noches con diez personas y otras cuando, como en el comienzo, sólo había Cristóbal.  Pero cada persona nueva fortalecía a Cristóbal.  Su semillita de fe ahora era más como un árbol, todavía joven y frágil, pero creciendo. 
     Al próximo año, después de las vacaciones, el conocimiento de las reuniones se extendía y asistían más estudiantes…cristianos frustrados, compañeros curiosos, y aun una chica adicta a las drogas.  Todos buscando a Dios.  Ellos pasaban tiempo en el sótano y cambiaban.  Descubrían el gozo.  Y el libertad.  Y el amor.  Y cada vez y más jóvenes oraban cada semana.       
     Al final de sus cuatro años, Cristóbal se graduó y se fue a otro lugar.  Pero las reuniones en el sótano todavía continuaban, siempre con estudiantes nuevos.  Hoy en día, nadie se acuerda de Cristóbal.  Nadie sabe la historia de las reuniones en el sótano.  Nadie sabe de la pena, la soledad, y la perseverancia que había aguantado Cristóbal.  Pero sus oraciones siguen sonando en las calles doradas de los cielos.  El campus todavía está transformando.  Hay luz que no había antes.  Hay esperanza. Fe. ¿Y de Cristóbal? Las arañas lo recuerdan.  Y Dios, por supuesto. 


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